pisar de novo os claustros da cidade
o passeio extraordinário de um velho novo mundo
são as cores postais atraentes que abrem novas fachadas
o engraxador volta ao seu lugar na esquina da praça
os pombos levantam voo porque há agora passos
e na beira de uma rua esquecida uma maleta de mão
aberta convidando à curiosidade, mais que aberta deixada
um vestido de noiva, uma máscara, um sapato branco
e uma boneca de trapos de rosto amachucado
o homem pegou no vestido antes branco agora champagne
enfiou-o pela cabeça e apertou-o até ao pescoço
levou a máscara ao rosto e calçou o único sapato
deu a mão à boneca e desfilou mancando pelo túnel
que conduzia a uma das maiores artérias da cidade
passou pela esquina da praça e o seu olhar vago
olhos inertes debaixo da máscara que nem sorria nem chorava
cruzou-se com o do engraxador, fez-lhe uma vénia
abriu a mão da algibeira escapou-se um botão
um botão da cor do ouro para lá de uma viagem
abria em céu esgarrado um raio de sol cegante
o engraxador indicou que se sentasse no pequeno banco
o homem esticou a perna e apresentou o seu único sapato
nesse silêncio de sangue que escorre no corredor apertado
a linguagem do pano polindo de mais branco
não havia tal cor na caixa das latas mas havia um velho frasco de verniz
pincelou com toda a calma e mestria de quarenta anos de oficio
o sapato estalava na dificuldade de conter o pé um par de números acima
e quando levantou a cabeça, da máscara do outro escorria agora a lágrima
uma expressão de gratidão ou de comoção de se sentir cuidado
levantou-se com a imponência de uma noiva que se aproxima do altar
entregou o botão na mão seca agora limpa porque há meses que não havia clientes
o sapato brilhava batucando na calçada um novo ritmo
a boneca saltou para o colo esticou uma das suas pequeninas mãos
e por dentro da máscara limpou a lágrima
encostou-se ao peito do homem para escutar o seu coração
batia forte com o orgulho e a frescura de quem está a começar
uma vida, uma nova vida ainda virgem de atamentos e feridas
para desfrutar no passeio extraordinário de um céu agora mais limpo
de um velho novo mundo a despertar
por la boca de escena
pisar de nuevo los claustros de la ciudad
el paseo extraordinario por un viejo nuevo mundo
son los colores postales atractivos que abren nuevas fachadas
el limpiabotas vuelve a su sitio en la esquina de la plaza
los palomos alzan el vuelo, ca hoy hay pasos
y, en el bordillo de una calle olvidada, un maletín
abierto, incitando al curioseo. Más que abierto, abandonado
un vestido de novia, una máscara, un zapato blanco
y una muñeca de trapo con la faz aplastada
el hombre asió el vestido, antes albo, hora champán
se lo enfundó por la cabeza y se lo abrochó hasta el cuello
se llevó la máscara a la cara y se puso el zapato único
cogió de la mano a la muñeca y desfiló renqueante por la galería
conducente a una de las máximas arterias de la ciudad
pasó por la esquina de la plaza, cuando su mirada vaga
ojos inertes bajo la máscara, que ni sonreía ni lagrimaba
se encontró con la del limpiabotas. Le hizo una venia
abrió la mano, del bolsillo se le escapó un botón
un botón del color del oro. Para allá de un viaje
se abría en el cielo desgarrado un rayo de sol cegante
el limpiabotas lo invitó a sentarse en la silla
el hombre estiró la pierna y presentó su zapato único
en ese silencio de sangre corriendo por un pasillo estrecho
el lenguaje del trapo sacando el brillo más blanco
color ese faltante en el cajón de los betunes, donde había, empero, un viejo bote de barniz
pinceló tranquilamente y con la maestría de cuarenta años de oficio
el zapato estallaba en el apuro de contener un pie de dos números por encima
y, cuando irguió la mirada, de la máscara del otro escurría una lágrima
una expresión de gratitud, o la conmoción, por sentirse cuidado
se levantó con la grandeza de una novia acercándose al altar
le entregó el botón en la mano seca, limpia, pues hacía meses no tenía clientes
el zapato brillaba, percutiendo sobre el adoquinado un nuevo ritmo
la muñeca le saltó a los brazos, alargó una de sus chiquitinas manos
y, por dentro de la máscara, le limpió la lágrima
se apoyó en el pecho del hombre para escucharle el corazón
latía vigorosamente con el orgullo y la frescura de quien está comenzando
una vida, una nueva vida todavía virgen de constreñimientos y heridas
para, en el paseo extraordinario, disfrutar de un cielo ahora más limpio
de un viejo nuevo mundo despertando